tengo 22 años,
la idea me cosquillea las costillas,
me carcome las tripas.
la lluvia resuena en la ventana,
como rastro de que las penas de ayer solo le pertenecen a esas proyecciones que encuentran casa en su expansión,
aquella habilidad de cerrar los ojos y recordar.
saboreo la dicha de sentir el aire en mi cara,
de poder entender que la lluvia de hoy solo le pertenecerá a este preciso momento.
esto es el estar presente,
esto es el estar aquí.
me muevo al otro punto del archipiélago,
en algún lunes de un julio en viaje.
reconozco la necesidad de ser nómada en el viento,
el lenguaje del cuestionamiento constante
y la excavación por contestaciones que sólo constituyen una realidad plena de quimeras.
me reafirma mi padre lo preciso que es mi sentido de olor.
por lo menos la capacidad de sentir una memoria a través de mi nariz.
entonces entiendo que no sería erróneo auto admitirme que ando persiguiendo un olor fundamental,
o un edén ligado a ello.
una esencia que reconozco con todos mis sentidos.
una con la cual he soñado antes.
el olor de los olores.
el ensueño de los ensueños.
a ti te tildo real.
con tu cara como solo la tuya.
plumas conforman tu ser,
y miles de pájaros arquean tu futuro.
yo los observo volar.
juego con nuestras sombras en la luz del sol que entra por la ventana a las 8 de la mañana en el oeste.
otro choque de realidad el verme desde afuera.
porque me veo
yo singular
ahí estoy
movimiento propio.
tu figura cercana a la mía,
y nosotros aquí,
abajo en tu bóveda celeste.
tu lugar seguro,
tu exilio.